por Antonio Pozzi
Fue una pantomima. Apenas palabras que nos dirigieron hacia dos pedazos de barro y humedad. Los pedazos de barro y humedad mas cercanos y lejanos a la vez. Canta Espronceda que los reyes matan por un palmo más de tierra. Y nuestros reyes de uniforme tomaron en su mano las vidas de miles de jóvenes. Las pusieron en las palmas de sus manos, y apretaron. Apretaron, pero sostuvieron con ligereza a la vez. De a poco, el puño se fue abriendo, y las vidas efímeras de personas que peleaban una guerra que no era la suya, o la de ellos, o la nuestra, fueron cayendo en el vacío, en donde la luz no se atreve a entrar, por miedo a que ella se vea vacía también.
Los reyes de uniforme sostuvieron sus muertes en la palma de la mano, para esconder las muertes de 30.000 desaparecidos. Nosotros sostenemos sus muertes en nuestros bolsillos. Sí, así es. Cada tanto las sacamos para hacer uso de un patriotismo hipócrita y fútil. A nadie e importó, y a nadie le importa si esos muchachos amaban, si querían casarse, tener hijos, o tener una casa, un trabajo… A nadie le importa si ellos sentían, respiraban, odiaban, o lloraban. Y la mayoría no tienen tumba. Quizá deberíamos tomar a esas muertes, y ponerlas sobre nuestros ojos. Así veríamos lo que ellos vieron, así sentiríamos lo que ellos sintieron. Así la Muerte nos tocaría con su mano fría, pálida, interrogante. Así nos daríamos cuenta de que la guerra no se trata de heroísmos o de grandes epopeyas. No, se trata de sobrevivir. Comprenderíamos su valor, porque cuando silbaban las balas, y lloraban a sus amigos muertos, y morían su muerte próxima, ellos no retrocedieron, no escaparon de esas islas vacías, donde no existe la luz. Luego de haber colocado estas muertes en nuestros ojos, hay que colocarlas en nuestra voz. Así seremos 1103 voces sin mejores resplandores, con el desgarro en el grito, con el desamparo en el sollozo. Si gritamos, lloramos sus muertes, los traemos de vuelta acá, al país de las ilusiones perdidas. Los enterraremos en nuestras voces, así no estarán atrapados en tierras lejanas, en vacíos existenciales. Sentiremos algo de esperanza crepitar en nuestra piel, y las 1103 voces vivirán en nuestros ojos, en nuestros labios, en nuestras lágrimas. Vivirán en el recuerdo de aquellos memoriosos de ilusiones perdidas y esperanzas siempre vivas.
Gritaría un «¡Viva la Patria!». Me han dicho que lo haga, pero perdón, ese no soy yo. Lo único que diré es que nos duele la Verdad hecha Recuerdo, por lo que solo nos queda vivirla. Así viviremos en ellos, y ellos en nosotros.
[Palabras enunciadas en el acto conmemorativo de la Guerra de la Islas Malvinas, Colegio «Carlos Pellegrini», Pilar, Córdoba, 3 de abril de 2018]
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